El Dios del Descuento: Una oda al consumismo moderno.

Vivimos tiempos gloriosos. Tiempos en los que el alma humana ya no necesita propósito, filosofía ni conexión espiritual. ¿Para qué, si existe el 2×1 en televisores de 85 pulgadas? El consumismo salvaje, esa criatura majestuosa del capitalismo tardío, ha evolucionado para convertirse en nuestra nueva religión: tiene rituales, templos (centros comerciales) y fechas sagradas como el Black Friday o el Cyber Lunes, donde millones peregrinan con sus tarjetas de crédito en alto, dispuestos a inmolar su dignidad por una licuadora con Bluetooth.

El ser humano moderno ya no nace, crece, se reproduce y muere. Ahora nace, compra, devuelve, financia en 36 cuotas y muere ahogado bajo una avalancha de cajas de Amazon. El éxito personal no se mide en logros ni sabiduría, sino en la cantidad de dispositivos que uno puede acumular sin necesidad alguna. ¿Para qué caminar al parque si puedes comprar una caminadora que simule la experiencia con realidad virtual y olor a pasto sintético?

Las grandes marcas son los oráculos contemporáneos. Ellas dictan lo que debemos desear antes incluso de que sepamos que existe. ¿Necesitas una nevera que te avise por WhatsApp que no hay leche? Por supuesto que sí, aunque vivas solo y tomes café negro. Y si no la puedes pagar, no te preocupes: el sistema te ofrece cómodos créditos a 24 años, porque lo importante no es tener dinero, sino parecer que lo tienes.

Mientras tanto, el planeta observa con una mezcla de horror y resignación. Los océanos se llenan de microplásticos, las selvas caen para fabricar empaques biodegradables y los ríos fluyen cargados de residuos de la última moda. Pero no importa, porque tenemos bolsos hechos con “material reciclado” que cuestan cinco veces más. La culpa se disuelve en una bolsa de papel con logo ecológico y hashtag inclusivo.

Así seguimos, celebrando nuestra libertad de elegir entre 50 marcas que hacen exactamente lo mismo, convencidos de que comprar es una forma de protesta y que lo que nos define no es lo que somos, sino lo que poseemos. Y así, entre promociones infinitas y notificaciones de ofertas, avanzamos felices hacia el abismo, con una sonrisa en la cara y una caja sin abrir bajo el brazo.

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